Toda la extraordinaria organización que hizo del Reino Antiguo una época de esplendor en la que Egipto se convirtió en uno de los primeros paises de Oriente, no hubiese sido posible sin la figura del escriba, cuya función fué siempre muy solicitada por imprescindible. En cada ciudad importante existía un archivo, en el que trabajaban, al que se llamaban "Casa de la Vida", en el que se reunían los documentos relacionados con el funcionamiento de la cuidad.
Entre estos escribas se multiplicaban las titulaturas, que comenzaban con la de "Jefe de los Secretos", título que indica una iniciación religiosa y mágica (por el poder del conocimiento de la palabra y la forma de "fijarla") y la indudable importancia del cargo, ya que en sus manos estaba el funcionamiento del país, tanto a nivel material como espiritual, puesto que estos Jefes de los Secretos se ocupaban también de las misiones reales, de las órdenes del Faraón, de la Justicia, la diplomacia, etc. Pertenecian a una casta especial.
Administradores, contables, literatos o escribanos públicos, estos maestros de cálculo y la escritura eran omnipotentes. Trabajaban en todos los departamentos de la Administración, llegando incluso a ser escribas reales, dominando la Administración Central.
Eran escogidos entre aquellos privilegiados que habian sido formados en el entorno de la familia real. Al final del Imperio Antiguo, el desarrollo de la Administración conllevó la aparición de una casta de escribas. Los cargos se transmitían , generalmente, de padres a hijos.
Los escribas aprendices estudiaban de los cinco años a los diecisiete años, la escritura jeroglifica e hierática, gramática y textos clásicos, además de aprender Derecho, idiomas, historia, geografía y contabilidad.
Su título pasó más tarde a convertirse en honorífico, alcanzando grados muy altos de respondabilidad e influencia cerca del Faraón.